Los riesgos de la comunicación telefónica

Durante muchos años he padecido verdaderos problemas relacionados con mi voz y con el aparato fonador (pulmones, bronquios y traquea).

He perdido la voz por completo en dos ocasiones, y estuve completamente muda durante más de una semana en cada una de ellas. He sufrido de fuertes alegrías, faringitis, faringitis, sinusitis y un sin fin de disfonías.

Soy una persona muy sensible y somatizo casi todas mis penas y dolores en la garganta y en la voz. Normalmente por temas emocionales (familiares y personales) y de gran presión laboral.

Durante años trabajé como tele-operadora. Y la maldita “sonrisa telefónica” me causó grandes trastornos en la voz. 

La sonrisa telefónica hace que tu voz esté impostada cambiando el tono y el timbre natural de tu voz. Lo que pretende es que transmitas una emoción (positiva) sin ser necesariamente esta emoción la que estas viviendo en ese momento. ¿Qué ocurre en estos casos? Que tu cuerpo recibe un estimulo sentí-pensante que debería de tener una respuesta “x”, pero tu cerebro le da la orden (lo obliga) de reaccionar de manera totalmente opuesta. 

Esta falta de coherencia produce un cortocircuito en todo tu aparato fonador dañando gravemente todos los músculos relacionados con él.

Como tele-operadora viví estas dos situaciones:

1- Cuando trabajaba en el Departamento de Atención al Cliente de una multinacional bancaria en plena crisis económica, muchos clientes con problemas económicos perdían los nervios con el personal que le atendía; gritos, insultos, amenazas…  

Como ya he dicho antes, soy una persona muy sensible y mi cuerpo, lejos de acostumbrarse, recibía esa violencia verbal como una amenaza que golpeaba físicamente mi cuerpo y mis emociones. A consecuencia de esta situación, mi voz terminó por romperse. No había día que no terminara con grandes dolores físicos, emocionales y mentales.

Mi cuerpo, y mi voz, querían huir de ese entorno y la única manera viable que encontraban era la de “apagar”, literalmente, mi instrumento de trabajo. 

Tomaba pastillas calmantes para la garganta como caramelos, sentía como si alguien apretara mi garganta y no pudiera respirar, la impotencia que sentía me tenía el pecho cerrado y tenso, sufría dolores de cabeza y lloraba con más frecuencia de la que me gustaría. Todos y cada uno de los días terminaba con la voz desgastada y agotada.

2- Durante una temporada trabaje en un call center que se dedicaba a la venta de telefonía móvil. En este casos, el problema que cortocircuitaba mi aparato fonador era un distinto, ya que las teleoperadoras de telekarketing no suelen aguantar a clientes enfadados que las ofendan o las agredan verbalmente. En el peor de los casos el cliente cuelga el teléfono y asunto zanjado.   ¿Qué me ocurría entonces?

En estos puestos de trabajo, te dan un guión que debes seguir al pie de la letra en todas tus llamadas telefónicas nada más pisas la empresa. 

Al cabo del día puedes saludar a unas 170 personas aproximadamente. No llegas a hablar con todas ellas, pero sí que saludas con un “Hola buenos días, soy Mireia Murguiondo, le llamo de (la empresa tal) ¿es usted el titular de la línea?”. 

Imagínate repetir día tras día casi 200 veces al día esta frase con una gran sonrisa telefónica. 

El ordenador al que estas conectado es, además, el responsable de lanzar la llamaba. Con lo cual, tú ni siquiera controlas o decides cuándo vas a hablar. ¡Gran problema!, pues para hablar, previamente has de tener la necesidad (impulso de comunicación) o el deseo de hablar.

En una situación de estas características yo no tomo previamente la decisión de comunicarme con la persona al otro lado del teléfono, es la máquina la que está tomando la decisión por mí. Por lo tanto, y para cumplir con mi labor, estoy forzando la maquinaria de mi aparato fonador para que lo haga de forma mecánica y automática (mi sentimiento y mi pensamiento no están conectados). 

¿Consecuencia? falta de conexión sentí-pensante que conlleva a la perdida o deterioro de la voz.

Para que te hagas una idea; imagínate que tus piernas no tienen ganas de caminar y en lugar de hacerles caso, las obligas durante horas a trabajar sin cesar. El resultado serán unos músculos resentidos y doloridos. Imagínate que además has sufrido un esguince (equivalente a fatiga vocal, disfonía, nódulos etc.) y aun así, al día siguiente vuelves a obligar a tus piernas a recorrer el mismo camino lleno de piedras. Horrible, ¿no crees?

Además del trabajo laboral sufrido como tele-operadora, también he padecido graves disfonías, alergias y sinusitis. 

Cuando de forma prolongada siento que he sido tratada de manera injusta por una persona querida, cuando me siento incomprendida por alguien muy cercano, cuando me siento sobrepasada porque han herido mis sentimientos, cuando abusan de mi confianza hiriendo mi autoestima o cuando estoy en un entorno que considero una amenaza (aunque sea de manera inconsciente) mi aparato fono respiratorio sufre las consecuencias. 

¿Porqué te cuento todo esto?

Por que quizá, dándote a conocer los problemas que yo misma he padecido, puedas relacionarlos con síntomas o situaciones similares que te haya tocado vivir a ti, y de esta manera puedas comprender a qué se deben.

Dejé de trabajar al teléfono y comencé mi entrenamiento teatral. La asignatura de Voz Hablada que se impartía en la Escuela de Artes Escénicas, me cambio literalmente la vida. Conseguí entender el motivo por el que mi voz enfermaba una y otra vez.

La rehabilitación consistió en:

– Trabajar la postura corporal.

– La relajación de todo el cuerpo y en especial del cuello, los hombros y la mandíbula.

– La respiración diafragmática.

– La impostación de la voz; llevar el sonido de la voz a las cavidades de resonancia para conseguir un máximo rendimiento con un mínimo esfuerzo.

Este proceso genera un cambio a nivel de consciente y emocional en el “paciente” o alumno que lo practica. Abrir el canal del sonido significa abrir también el canal de tu mundo emocional con todo lo que ello conlleva. 

En mi caso, el “impulso de comunicación” que descubrí y liberé, me ha ayudado a saber un poquito más sobre quién soy yo en realidad. 

Raramente me callo lo que pienso y casi siempre digo lo que siento. Sorprendo y dejo boquiabierto a más de uno, porque mi manera de expresarme resulta políticamente incorrecta en algunas ocasiones. No porque sea mal educada, sino por falta de costumbre de quien escucha. 

Sin embargo, noto que mi entorno agradece mí sinceridad y valentía para comunicar mi opinión cuando la mayoría, pensando lo mismo, no se atreven a expresar lo que sienten. 

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